La mayor central nuclear de Europa vive conectada a generadores diésel desde hace un mes. Es tan alentador como suena

Europa vuelve a caminar sobre una cuerda floja nuclear. Después de más de tres años de guerra, la mayor central atómica del continente —la planta ucraniana de Zaporiyia— ha pasado de ser un símbolo industrial a convertirse en un punto de fricción capaz de desencadenar una emergencia de alcance continental.
En paralelo, otras centrales del país operan a potencia reducida tras ataques a la red eléctrica. La situación es tan inestable que el director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Rafael Grossi, viajó recientemente a Kaliningrado, en Rusia, para mantener conversaciones de urgencia con el jefe de Rosatom, Alexey Likhachev, según la agencia Anadolu. Es un gesto que refleja hasta qué punto el riesgo es real.
Un ataque que dejó dos centrales en mínimos. Según un comunicado del OIEA, un ataque militar durante la noche del 7 de noviembre dañó una subestación eléctrica crítica para la seguridad nuclear. Este incidente dejó a las centrales de Khmelnitski y Rivne desconectadas de una de sus dos líneas de 750 kilovoltios y obligó al operador eléctrico a ordenar una reducción de potencia en varios de sus reactores.
Diez días después, una de las líneas seguía fuera de servicio y tres reactores continuaban operando a potencia limitada. El organismo subraya que estas subestaciones son nodos esenciales de la red: permiten transformar y mantener los niveles de voltaje que alimentan los sistemas de seguridad y de refrigeración. Sin ellas, las plantas no pueden garantizar un funcionamiento seguro.
Un mes dependiendo de generadores diésel. La situación en Zaporiyia es aún más crítica. De acuerdo con una columna de opinión de Najmedin Meshkati, profesor de ingeniería y relaciones internacionales publicada en el Financial Times, la planta pasó un mes completo sin electricidad externa después de que sus dos líneas principales fueran cortadas. Durante ese tiempo sobrevivió únicamente gracias a generadores diésel, un recurso que la industria considera estrictamente temporal: están diseñados para funcionar alrededor de 24 horas, no durante semanas.
Los técnicos solo pudieron reparar las líneas bajo la protección de altos el fuego localizados negociados por el OIEA, según NucNet. Aun así, una de las dos líneas restauradas volvió a desconectarse el 14 de noviembre por la activación de un sistema de protección. Grossi lo resumió así: "La situación eléctrica en la planta sigue siendo extremadamente frágil".
La condición para que un reactor apagado siga siendo seguro. Aunque los seis reactores de Zaporiyia están en parada fría desde hace más de tres años, la planta necesita entre tres y cuatro megavatios constantes para mantener las bombas de refrigeración y otros sistemas esenciales, según Meshkati. El profesor subraya que incluso las enormes baterías de emergencia requieren electricidad externa para mantenerse cargadas.
Es un círculo vicioso: sin red eléctrica se recurre a las baterías, pero sin electricidad externa esas baterías no pueden recargarse y, sin ambas, fallan los sistemas de refrigeración. Y sin refrigeración aumenta el riesgo de fusión o sobrecalentamiento del combustible nuclear.
El profesor de la Universidad del Sur de California advierte que este escenario reproduce las condiciones que transformaron Fukushima en un desastre global: "Lo que convirtió un terremoto en una catástrofe fue el fallo total del sistema eléctrico". Y añade que, a diferencia de 2011 en Japón, esta vez el riesgo procede de una acción humana deliberada.
Una red reducida a su mínima expresión. Antes de la guerra, según el Kyiv Independent, la planta de Zaporiyia estaba conectada a través de diez líneas eléctricas. Hoy solo cuenta con una o dos operativas y ha perdido toda conexión diez veces desde el inicio de la invasión. El propio OIEA ha descrito la situación eléctrica de la central como "extremadamente precaria" y "claramente no sostenible" cuando depende durante largos periodos de los generadores diésel.
Riesgos a corto y medio plazo. Los avisos en el último informe sobre Ucrania del OIEA apuntan en la misma dirección: el principal peligro no es una explosión tipo Chernóbil, sino un fallo prolongado de refrigeración. Ese escenario podría provocar el sobrecalentamiento de los reactores en parada fría, daños en las piscinas de combustible gastado y una posible liberación radiactiva localizada o regional, con la consiguiente necesidad de crear una zona de exclusión en plena Europa agrícola.
Por su parte, según Meshkati, añade otros dos elementos relevantes. Por un lado, señala que un accidente grave superará el impacto económico de Fukushima, estimado en unos 500.000 millones de dólares. Un incidente de esa magnitud afectaría a la agricultura, al transporte, a las cadenas de suministro y al mercado asegurador europeo. Por otro, sostiene que si Rusia logra consolidar el precedente de que un ejército ocupante puede tomar el control de una central nuclear y conectarla a su propia red, la arquitectura global de seguridad nuclear quedaría seriamente comprometida. Sería un precedente sin equivalentes desde la creación de las normas internacionales que regulan el uso civil de la energía atómica.
¿Hay algún punto de encuentro? El OIEA ha actuado como intermediario entre Moscú y Kiev en múltiples ocasiones. Según la agencia Anadolu, Grossi viajó a Kaliningrado para reunirse con Likhachev, director de Rosatom, con el fin de discutir directamente la situación de Zaporiyia y las condiciones mínimas para garantizar la seguridad nuclear.
Al mismo tiempo, el organismo intenta apuntalar técnicamente el sistema eléctrico ucraniano. De acuerdo con sus propios comunicados, hasta ahora ha coordinado 174 entregas de equipos esenciales —interruptores, armarios eléctricos, estaciones de monitoreo de radiación, vehículos y material informático— por valor de más de 20,5 millones de euros, destinadas a sostener la seguridad nuclear en Ucrania durante la guerra.
Una seguridad nuclear sostenida por cables frágiles Europa respira gracias a un puñado de cables reparados bajo fuego y unos generadores diésel que ya han demostrado estar muy por encima de sus límites. Como explica el Financial Times, la seguridad del continente depende de que la electricidad siga llegando y de que las partes respeten los frágiles alto el fuego necesarios para reparar las líneas cuando caen.
Grossi lo resumió con una mezcla de alivio y alarma tras la restauración de una de las líneas: "Es un buen día para la seguridad nuclear, aunque la situación sigue siendo altamente precaria". Y lo precario, en este caso, es que basta un nuevo ataque, un fallo mecánico o una línea caída para devolver a Europa al borde del desastre. En Ucrania, la seguridad nuclear ya no depende solo de la ingeniería: depende de que un cable no caiga sobre el campo de batalla.
Imagen | Ralf1969
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Fuente: Xataka
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