Europa ya no depende del gas ruso: depende de algo más difícil de sustituir

Europa ya no depende del gas ruso: depende de algo más difícil de sustituir

Europa acaba de aprender una lección incómoda. Tras la invasión rusa a Ucrania, la Unión Europea se movilizó a una velocidad inédita para cortar el cordón umbilical del gas ruso. Lo consiguió —más o menos, porque ha sido una historia a trompicones— con REPowerEU: nuevas infraestructuras, diversificación de proveedores y ajustes dolorosos pero eficaces. 

Se vienen los metales. Sin embargo, en segundo plano, se ha consolidado una vulnerabilidad más profunda y difícil de revertir. Como advertía Richard Holtum, directivo de Trafigura, en su columna para Financial Times, "Europa ha dejado de ser dependiente del gas ruso para volverse vulnerable en algo todavía más estructural: sus cadenas de suministro de metales". Y eso, según él mismo, tiene una consecuencia muy simple y muy grave: "Sin metales críticos no hay semiconductores, ni energías renovables, ni equipos militares, ni inteligencia artificial". 

El continente ha salido de una trampa para adentrarse en un laberinto.

El laberinto de los metales críticos. La raíz del problema es doble: una dependencia abrumadora del exterior y una erosión silenciosa de la capacidad industrial europea para producir y transformar los minerales que sostienen la economía moderna. Holtum lo resume con un dato demoledor: Europa no ha construido ni un solo nuevo complejo de refinado desde los años 90, y en la última década ha cerrado o recortado cerca de un tercio de los que tenía. Entretanto, China desplegó una estrategia deliberada para absorber la capacidad mundial de refinado, el eslabón clave de la cadena. Hoy controla entre el 70% y el 90% del procesamiento global de muchos metales esenciales.

Las cifras lo confirman. Un metaanálisis europeo, publicado en Springer Nature, revela que la UE no produce nada de galio, germanio, vanadio o tierras raras que consume; solo porcentajes residuales de litio (0,1%), cobalto (0,5%), níquel (1%) o grafito natural. El mismo estudio concluye que el objetivo comunitario de cubrir el 10% de sus necesidades de materias primas críticas hacia 2030 es, sencillamente, "irrealista" para la mayoría de metales. Europa depende casi por completo de otros para acceder a los materiales que permiten fabricar desde baterías hasta armamento avanzado.

A esa debilidad estructural se suma un problema de escala: la demanda se multiplicará entre seis y quince veces de aquí a 2050 debido a la electrificación del transporte, el despliegue masivo de renovables y la digitalización acelerada. La Unión necesita más metales que nunca justo cuando menos capacidad tiene para producirlos o refinarlos.

Una industria estratégica que se tambalea. El impacto ya es visible. Según Euronews, la siderurgia europea habla abiertamente de "supervivencia" ante el aluvión de acero chino fuertemente subvencionado y los aranceles punitivos estadounidenses. La industria química, otro pilar histórico del tejido industrial europeo, atraviesa un deterioro aún más severo: plantas cerradas, inversiones evaporadas y un consenso creciente entre analistas de que "la desindustrialización ya no es un riesgo: es una realidad".

La ironía es amarga. La UE quiere electrificarlo todo, pero no controla los materiales mínimos de esa electrificación. Las turbinas eólicas contienen más de 8.000 piezas, muchas con metales críticos; los paneles solares generan cantidades crecientes de residuos cuyo reciclaje es aún incipiente; el 85% de una turbina puede reciclarse, pero casi nadie lo hace. Lo que debería ser el pasaporte europeo hacia la autonomía energética se convierte en un cuello de botella que amenaza con parar fábricas, retrasar infraestructuras y socavar la transición verde.

China, de proveedor a minotauro industrial. La fricción con China ya no es solo comercial: es estructural. Pekín ha endurecido en el último año sus controles a la exportación de metales críticos. Según el World Economic Forum, las restricciones recientes sobre tierras raras, galio, germanio y antimonio han elevado los precios, obligado a plantas europeas a parar y generado un clima de incertidumbre permanente para industrias enteras.

Se puede explicar con un ejemplo reciente: para obtener licencias de importación, las empresas alemanas deben entregar al Gobierno chino información extremadamente detallada: diagramas de fabricación, fotografías indicando dónde se alojan las tierras raras en un producto, listas de clientes, volúmenes de inventario, datos de producción de los últimos tres años y previsiones futuras. Mientras tanto, el Gobierno alemán reconoce que ni siquiera dispone de ese nivel de detalle sobre sus propias compañías. La paradoja es evidente: China sabe más sobre la anatomía industrial alemana que el propio Estado alemán.

Esa asimetría alimenta una forma de coerción quirúrgica: retrasar una licencia crítica aquí, ralentizar un flujo clave allá, tensar negociaciones bilaterales, presionar a través de controles rotatorios cada seis meses. El mensaje de fondo es claro: quien depende, obedece, o mejor conocido como "Second China Shock".

Una respuesta que llega tarde. La reacción europea está en marcha, aunque muchos reconocen que llega con retraso. Según la Comisión Europea, Bruselas presentará antes de fin de año el nuevo plan RESourceEU, destinado a garantizar suministro, crear reservas estratégicas, reforzar acuerdos con terceros países y reimpulsar la minería y el refinado dentro de la UE. A esto se añadirá la creación de un Centro Europeo de Materias Primas Críticas, encargado de coordinar compras conjuntas, monitorizar riesgos y actuar como punto neurálgico de inteligencia industrial.

El programa de trabajo de la Comisión para 2026, bajo el lema "Europe’s Independence Moment", también sitúa el acceso a materias primas en el corazón de su estrategia de soberanía. Junto al refuerzo de capacidades de defensa, la protección de infraestructuras críticas y el impulso a la innovación, Bruselas admite por primera vez que sin acceso estable a minerales esenciales ningún proyecto de autonomía industrial es viable.

El regreso del "stockpiling". Uno de los giros más relevantes es el debate sobre las reservas estratégicas. Según un reportaje de Financial Times, la UE lanzará una consulta para decidir qué metales almacenar, cuánto comprar y cómo financiarlo. Es un cambio profundo: Europa lleva décadas con reservas de petróleo, pero nunca ha considerado almacenar minerales críticos.

Sin embargo, surge un problema evidente. Algunos materiales —como el litio hidróxido, recuerda Fastmarkets— tienen una vida útil de apenas seis meses incluso almacenados correctamente. Otros, como ciertos óxidos metálicos, requieren condiciones de humedad y temperatura muy específicas. Y en el caso de metales como el galio o el germanio, comprar masivamente implicaría adquirirlos a China. La paradoja es transparente: Europa podría intentar reforzar su autonomía comprando más a quien genera su vulnerabilidad.

El obstáculo político tampoco es menor. El estudio académico que analizaba el potencial minero europeo señala que hay reservas relevantes de varios metales dentro del continente, pero los impedimentos son sociales y regulatorios: oposición local, burocracia lenta, permisos que tardan décadas, inseguridad normativa. Sin minería ni fundición, cualquier plan europeo corre el riesgo de quedarse en declaraciones.

Aliado imprescindible y rival inevitable. La otra variable es Estados Unidos. Washington lleva dos años de ventaja en esta carrera. Según hemos explicado en Xataka, EEUU y Australia han firmado un acuerdo que podría movilizar 8.500 millones de dólares para proyectos de minerales críticos, incluidas nuevas refinerías de galio. El Pentágono ya ha destinado cientos de millones a contratos de antimonio y otros metales estratégicos. Y tanto con Biden como con Trump, la diplomacia mineral forma parte central de la estrategia exterior estadounidense: inversiones en Ucrania, proyectos ferroviarios en Angola, alianzas con Japón, Corea del Sur y Canadá, y una fuerte presión para asegurar cadenas de suministro alineadas con Washington.

El riesgo para Europa es obvio. Si Estados Unidos absorbe la mayoría de la oferta alternativa a China —Australia, Canadá, África—, la UE podría quedarse sin proveedores con los que diversificar. La ventana se estrecha a medida que las tensiones geopolíticas aumentan.

Previsiones. Europa logró escapar del abrazo del gas ruso, pero ahora avanza por un laberinto donde cada pared es metálica y cada salida depende de un proveedor extranjero. La autonomía estratégica europea —industrial, energética, militar y tecnológica— se sostiene sobre recursos que no controla, en un mundo donde quien domina los metales domina el futuro.

La cuestión ya no es si la Unión podrá construir su nueva soberanía industrial, sino si podrá hacerlo a tiempo. Porque en esta nueva era, los metales no son materias primas: son instrumentos de poder. Y Europa, de momento, llega siempre un paso tarde.

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La noticia Europa ya no depende del gas ruso: depende de algo más difícil de sustituir fue publicada originalmente en Xataka por Alba Otero .




Fuente: Xataka
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