Más de 30 iPhone 17 Pro filmaron anoche El Encuentro: así fue el espectacular evento de Apple en Madrid

Más de 30 iPhone 17 Pro filmaron anoche El Encuentro: así fue el espectacular evento de Apple en Madrid

Hay instantes en los que la música parece más que música, como si fuera un puente entre lo que somos y lo que recordamos haber sido. Cuando en la Puerta del Sol comenzaron a sonar los primeros acordes de Diego del Morao, la plaza entera respiró distinto. La guitarra, iluminada como si un faro hubiera decidido posarse allí un instante, proyectaba destellos cálidos sobre las fachadas mientras cada nota vibraba contra los balcones antiguos. Era como si los edificios, testigos de décadas de celebraciones, tomaran vida para acompañarlo. Y uno no podía evitar sentir ese cosquilleo, ese “algo” que te sube por dentro y te recuerda por qué el arte sigue siendo la mejor manera de medir el tiempo. Ese sentío que te encoge.

Después llegó Israel Fernández. Y cuando Israel llega, llega entero. Con ese duende que no se ensaya, ese misterio que se cuela en el aire y te deja el alma recogida, casi sin darte cuenta. Su voz, que es un mapa vivo del cante jondo, parecía abrir un surco entre el ruido habitual de Sol y la esencia más pura del flamenco. No había prisa, no había noche ni reloj: sólo la emoción suspendida en el aire mientras él se hacía dueño del espacio con una facilidad que da vértigo.

“El Encuentro” no fue un simple concierto. Fue una declaración de intenciones. Una celebración de lo que somos, de lo que llevamos dentro, en un lugar que se ha acostumbrado a ser testigo de momentos históricos. Allí, justo delante de la Apple Store de Sol y de las oficinas de Apple España - que esa noche tenían más de un motivo para celebrar - se levantó un escenario que no sólo hablaba del presente. Algunos pensaban que aquello iba sobre los primeros 40 años de Apple en España. Pero no: aquello iba sobre los próximos 40. Sobre el futuro. Y sobre cómo la tecnología, la cultura y el arte pueden cruzarse de forma especial.

Un espacio construido para soñar

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Desde el primer vistazo, el escenario transmitía algo distinto. No era una tarima más en mitad de una plaza abarrotada, sino una arquitectura pensada para la celebración del futuro. El arco principal, futurista y elegante, tenía esa curva que a mi me recordó - casi inevitablemente - a las farolas del Apple Park. Esa estética que Apple ha ido puliendo con los años, cuidando cada línea, cada ángulo, cada sombra, estaba también aquí, trasladada al espacio público y mezclada con la energía de Sol.

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A ambos lados, el escenario se extendía como si quisiera abrazar al público. A un extremo, un piano que parecía esperar su turno con paciencia, y al otro una pasarela que se adentraba entre la gente, casi rompiendo la frontera típica entre artistas y asistentes. Ese gesto - pequeño, pero cargado de intención - hacía que la música no se quedara en lo alto: bajaba, se mezclaba, se deslizaba entre quienes estaban allí. La producción, impecable, construyó un diálogo entre diseño y sonido donde cada movimiento de luz tenía sentido, donde cada proyección sobre la fachada parecía un susurro tecnológico bien coreografiado.

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La propia Apple Store se convirtió en parte de la puesta en escena. Sus balcones se iluminaron con tonos cálidos y fríos, alternando con las armonías del espectáculo. Desde uno de ellos, la guitarra de Yeray Cortés encontró un refugio inesperado: tocaba desde arriba, como si regalara una serenata contemporánea a la plaza, mientras el público contenía el aliento en esos silencios previos a los rasgueos que anuncian viaje y raíz a la vez. Cada acorde suyo era una señal, una invitación al movimiento; cada subida de tono, un recordatorio de las raíces que tenemos y de las que venimos.

Artistas en sintonía con la noche

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La llegada de Amaia fue uno de esos momentos que marcan un antes y un después en un espectáculo. Ella tiene ese talento imposible de catalogar: canta con una sinceridad tan inocente como poderosa, y en cuestión de segundos te obliga a escucharla con el corazón y no sólo con los oídos. Su voz se deslizó por la plaza como un hilo de luz, capaz de conectar a quienes estaban allí sin pedir permiso. Es ese tipo de artista cuya fragilidad aparente esconde una solidez emocional que te ancla al momento. Lo llena todo sin esfuerzo, lo transforma todo sin pretenderlo.

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Pero entonces aparecieron los primeros murmullos, como oleadas entre la gente. Y todos sabíamos lo que venía. Dellafuente no entra en escena: irrumpe. Su presencia desató la locura de quienes llevaban horas haciendo cola sólo para verlo, para escucharlo de cerca, para sentir ese aura de cercanía que tiene con su público. Su interpretación fue una mezcla de complicidad y fuerza contenida, de serenidad con gesto firme. Todo fluía a cámara lenta, pero con una intensidad que no pedía permiso para quedarse.

La sincronización entre los artistas, las luces y la música fue impecable. Nada parecía improvisado, pero nada sonaba mecánico. Y eso, en el mundo de las grandes producciones, es difícil de conseguir. Era como ver funcionar un reloj suizo emocional: cada engranaje estaba donde tenía que estar, pero al mismo tiempo todo parecía moverse con la naturalidad del azar. Esa mezcla tan Apple de precisión milimétrica y sensibilidad artística.


Tecnología integrada para capturar el momento

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Si hubo un detalle que recordaba constantemente que este no era un evento cualquiera, fue la forma en que se grabó. No era un despliegue tradicional de cámaras gigantes ni grúas metálicas intimidantes. El protagonista era el iPhone. Más de treinta iPhone 17 Pro se distribuían por el escenario, ocultos en soportes, atrapando ángulos imposibles, algunos incluso suspendidos desde grúas que sobrevolaban el espectáculo. Y todos grababan en vertical, como queriendo dejar claro que esto no sólo estaba pensado para quienes lo vivían en directo, sino para cómo lo verá el mundo después.

Todo el evento fue grabado también por más de 30 iPhone 17 Pro repartidos por el espectáculo

No era sólo documentación: era narrativa visual. La manera en que Apple ha comprendido el lenguaje de las redes se hacía evidente en cada encuadre. El vertical dejaba de ser una limitación para convertirse en una característica estética. Esa noche se estaba construyendo contenido pensado para los formatos del presente… y del futuro inmediato.

Porque además de los iPhone, el equipo técnico desplegó cámaras Blackmagic capaces de grabar en formato inmersivo para Apple Vision Pro. Y parte del equipo de Apple se movía entre el público capturando vídeo espacial, ese formato híbrido que mezcla lo digital con lo que recordamos del mundo real. Todo ello anticipa que dentro de unas semanas - o quién sabe, quizás días - podremos volver a vivir esta noche desde una perspectiva completamente nueva. No será una grabación más: será una experiencia, como si estuviéramos allí… o quizá incluso más cerca que entonces.

Un legado que impulsa lo que viene

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Había algo profundamente simbólico en la forma en que la noche se desarrollaba. Apple llegó a España en 1985, en un país que todavía estaba aprendiendo a convivir con la informática doméstica y donde tener un ordenador era casi un acto poético, un gesto de confianza hacia lo que estaba por venir. Aquellas máquinas beige, que hoy parecen reliquias de museo, formaron parte de nuestra educación emocional y tecnológica. Y esa memoria estaba presente, aunque nadie la nombrara, en cada detalle del evento.

“El Encuentro” celebraba 40 años desde entonces, pero sin la tentación fácil de caer en la nostalgia vacía. Hablaba del pasado sólo para usarlo como trampolín hacia lo que vendrá. La combinación entre tradición cultural - representada por el flamenco, el folclore renovado, la energía joven y la identidad musical del país - y visión tecnológica era un recordatorio de que el futuro no siempre está hecho de rupturas. A veces es evolución. A veces es continuidad. A veces es simplemente mirar lo que ya existe con una sensibilidad nueva.

“El Encuentro” celebró los 40 años de Apple en España como un puente entre memoria y futuro, respetando la evolución tecnológica sin nostalgia y apostando por una mirada renovada hacia lo que viene

Y entonces, casi sin darnos cuenta, la noche se acercó a su final. Fue ese tipo de final que llega sin aviso, cuando aún no estás preparado para despedirte. Cuando todavía tienes esa especie de electricidad en el pecho que sólo aparece en los momentos que realmente importan. Se hizo corto, claro. Pero lo mejor de las cosas que se hacen cortas es que te dejan mirando hacia adelante. Y de eso, precisamente, iba esta celebración: de todo lo que está por venir.

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Fuente: Applesfera
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