Los drones revolucionaron la guerra en Ucrania, ahora van a hacerlo en todo el mundo con un truco final: cambiando de forma

Los drones revolucionaron la guerra en Ucrania, ahora van a hacerlo en todo el mundo con un truco final: cambiando de forma

Si algo ha quedado claro tras estos años de guerra en Ucrania es que los drones ya no son un mero complemento del campo de batalla: se han convertido en una tecnología tan transformadora como la pólvora o el Kalashnikov, y están entrando en una segunda fase aún más disruptiva, impulsada por la inteligencia artificial, la miniaturización y la producción acelerada

Su próximo desembarco es planetario. 

La segunda revolución. Como decíamos, los drones han pasado de ser un apoyo táctico a convertirse en un factor estructural de la guerra moderna. Ucrania ha demostrado que un actor inferior en medios puede degradar a una gran potencia con enjambres baratos aéreos, navales y terrestres. A la vez, insurgencias, milicias y Estados con pocos recursos usan la misma lógica para compensar desventajas convencionales. 

El resultado, como veremos a continuación, es una difusión global de capacidades de precisión a bajo coste que reduce riesgos propios, complica la defensa y hace los conflictos más accesibles y resistentes a la resolución.

Columna vertebral bélica. La trayectoria de los drones va de experimentos radiocontrolados en las guerras mundiales a misiles de crucero inteligentes y plataformas como el Predator y el Reaper en la “guerra contra el terror”. 

El punto de inflexión reciente es Nagorno-Karabaj, donde un país medio combinó señuelos y UCAV con artillería para neutralizar defensas antiaéreas y dominar el aire sin aviación tradicional potente. Desde entonces, la lección central es que no hace falta ser una superpotencia: basta con integrar drones, sensores y fuego indirecto de forma inteligente para alterar el equilibrio táctico.

Ucrania como laboratorio. En Ucrania, el ciclo de diseño, prueba y ajuste de drones se ha comprimido a semanas. Kiev ha escalado de plataformas importadas a una industria propia que produce millones de unidades, combinando FPV, reconocimiento, largo alcance y sistemas guiados por fibra óptica para sortear la guerra electrónica rusa. 

La proximidad entre talleres y frente permite iteraciones rápidas en sensores, frecuencias y perfiles de vuelo. Rusia responde con producción masiva y unidades especializadas como Rubikon. El frente se convierte así en un entorno donde cada innovación se copia o contrarresta en tiempo muy corto.

D

Globalización del enjambre. El uso intensivo de drones se ha extendido a conflictos de menor perfil mediático. En África, decenas de Estados y actores no estatales han incorporado UAV armados a guerras internas, con mercados dominados por exportadores como Turquía y China. 

En Myanmar, los rebeldes han convertido drones comerciales en un sustituto de la artillería, forzando repliegues del ejército. En Gaza, Hamas los empleó para cegar sensores israelíes antes de incursiones. Esto demuestra que la tecnología no solo equilibra relaciones de fuerza, sino que eleva la letalidad y dificulta la estabilización posterior.

IA, munición y economía del fuego. La integración de IA en drones transforma la economía del combate: el coste por impacto útil disminuye y la precisión aumenta. Ahora hay kits de software y hardware que permiten que plataformas existentes localicen, sigan y ataquen objetivos con supervisión humana limitada. 

El efecto práctico es reducir la necesidad de artillería clásica y aumentar la eficiencia del fuego, tanto en tierra como en mar. Sin embargo, esto no elimina el valor de la artillería ni de plataformas tripuladas, sino que desplaza parte de la carga de fuego a sistemas más fungibles y escalables, con implicaciones claras para presupuestos y logística.

Reaper

El nuevo espectro no tripulado. Y aquí viene uno de los grandes cambios, posiblemente el menos esperado. La familia de drones se está extendiendo y transformando, cambiando de forma y tamaño: desde nanoaparatos para reconocimiento cercano hasta enormes buques y vehículos submarinos autónomos. 

Los primeros permiten exploración discreta en entornos urbanos o cerrados, y los segundos amplían la presencia en superficie y bajo el mar sin embarcar tripulaciones ni asumir sus riesgos. Entre ambos extremos, sistemas navales ucranianos, XLUUV chinos o AUV como el Ghost Shark redefinen vigilancia, guerra antisubmarina y operaciones de negación de área. El patrón común es eliminar la necesidad de proteger vidas a bordo, lo que facilita aceptar misiones de alto riesgo y acelerar la producción.

Una nueva generación de contratistas. Empresas como Anduril, Auterion o Shield AI operan con lógicas de startup: ciclos de desarrollo cortos, fuerte integración de software y apuesta por asumir riesgo propio antes de conseguir grandes contratos. Unas optan por controlar toda la cadena (hardware y software), otras por ofrecer “sistemas operativos” aplicables a múltiples plataformas. 

Esto presiona a los contratistas tradicionales, menos ágiles, y reconfigura el ecosistema industrial, con más actores medianos compitiendo en nichos concretos (leales escuderos, enjambres, software de misión). El resultado es mayor velocidad de innovación, pero también más fragmentación de soluciones.

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China, EEUU y la carrera. China parte con ventaja en drones comerciales y traslada ese liderazgo al ámbito militar, mientras invierte muy fuerte en contramedidas tras observar el rendimiento de drones baratos en Ucrania. La proliferación de fabricantes de sistemas antidron y armas de energía dirigida indica una apuesta estratégica por controlar tanto el ataque como la defensa. 

Estados Unidos, pese a la experiencia acumulada, aparece desfasado en volumen y en sistemas contra enjambres, con programas dispersos y financiación irregular, lo que obliga a medidas de emergencia para acelerar compras y recurrir a proveedores duales. Esto anticipa una carrera prolongada en la que cantidad, coste y defensa activa pesan tanto como la sofisticación individual de cada plataforma.

Límites estratégicos. Este punto muchas veces no se tiene en cuenta. La capacidad destructiva de los drones puede inducir a sobrevalorar su impacto estratégico. De ahí que operaciones espectaculares contra infraestructuras de alto valor no siempre se traducen en cambios duraderos en el control del territorio o en la voluntad política del adversario. 

Mandos como Radakin subrayan que drones y algoritmos no sustituyen la necesidad de una estrategia coherente ni de fuerzas capaces de ocupar y mantener terreno. La tentación de construir campañas basadas en golpes puntuales de alta visibilidad puede generar una brecha peligrosa entre éxito táctico y resultados estratégicos.

La era de las guerras eternas. Todo este caldo de cultivo lleva a un escenario final: al reducir costes y riesgos para quien prolonga el combate, los drones favorecen conflictos sin desenlace claro. Las estadísticas muestran menos victorias decisivas y menos acuerdos de paz desde los años 70, a la vez que aumentan las guerras estancadas. 

En ese contexto, los drones aportan capacidad continua de daño a actores que, de otro modo, se verían obligados a negociar o ceder. El resultado probable son más guerras largas, distribuidas en múltiples “microcombates” que desgastan sin redefinir el mapa político. Dicho de otra forma, tecnológicamente, los drones son un multiplicador de eficacia, pero políticamente, tienden a multiplicar también la duración y el coste acumulado de los conflictos.

Imagen | RawPixel, Ministry of Defence of the Russian Federation

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Fuente: Xataka
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