Una noche en la Ópera

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Es complicado explicarlo. Mi primer ordenador llegó a casa cuando tenía diez años, y yo no entendía nada. Había oído hablar de aquellas máquinas pero no sabía nada de ellas: ni de lo que podían hacer, ni de lo que no. Tenía diez programas, repartidos en diez cintas de cassette. Sólo sabía conectar el monitor al teclado (que a su vez era el ordenador) y seguir las rudimentarias instrucciones. No existía Internet, nadie sabía nada de informática. Allí estaba yo con aquello.

Repasé los diez programas, uno detrás de otro. Algunos me parecieron divertidos, otros no los entendía, pero todos llamaron mi atención sobre algo. Cuantas posibilidades - aquella máquina se convertía en una pirámide egipcia donde tenía que escapar de momias, un procesador de textos, una aventura espacial contra alienígenas o un submarino de la segunda guerra mundial. Me asombró la facilidad para transformar aquello en cualquier mundo, y en los próximos meses fui recorriéndome de arriba a abajo cada uno de los programas. La verdad es que empezaban a aburrirme y quería más. Pero era complicado encontrarlos porque en mi ciudad había una sola tienda de informática, y yo sólo tenía diez años.

Los desarrolladores son creadores y su importancia en el mundo de la tecnología explica el papel clave de la WWDC para Apple

En aquellos embalajes venía un libro. Explicaba las bases rudimentarias del lenguaje de programación con el que se podían crear aquellos programas, y como quien descubre el manual de instrucciones del universo, empecé a leerlo y a intentar entenderlo. A las pocas semanas ya programé mi primer juego: una aventura de piratas muy sencilla a la que le hice una carátula dibujada por mi y que grabé sobreescribiendo un cassette de dudoso gusto musical que encontré por casa. Ese día me enamoré de la informática.

Diez años después de aquello, el padre de una amiga me llamó a su negocio para tratar de ayudarle con su ordenador. Me gustaba aquello de explicar a la gente todo lo que aquellas máquinas podían hacer, porque me gustaba hacer entender a la gente aquello que yo sentía cuando lo descubrí. Me llevaron a la trastienda de un kiosco familiar, donde sobre una mesa de la playa cubierta con un improvisado mantel, reposaba un magnífico nuevo ordenador. Sonreí pensando que aquella máquina tenía una apariencia imponente, y pulsé el botón de encendido. De repente, un sonido me dio la bienvenida - que raro - y una manzana mordida apareció en la pantalla.

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Cuando el sistema operativo apareció, todo me resultaba familiar pero a la vez tremendamente nuevo: me sorprendió la rapidez, y la calidad de los gráficos. Aquellos malditos pequeños detalles que me hicieron sonreír de nuevo conociendo una máquina, y aquel software increíble no lo había visto nunca. Me pasé más de una hora sólo disfrutando de cada puñetero pixel que veía en la pantalla. Me giré hacia el padre de mi amiga con cara de sorpresa - y mucha ilusión. Ese día entendí lo importante que era la combinación con el hardware y el diseño. “¿Que clase de ordenador es éste?

Es un Macintosh”.

La creación de software más allá del hardware

1983 fue un año increíble para Apple. La compañía estaba a medio caballo entre aquel primer ordenador de manera presentado en el Homebrew Computer Club en Palo Alto al Lisa, el primero de sus ordenadores con una interfaz gráfica y ratón cuando nadie iba en esa dirección. El futuro era el Macintosh, que todavía tenía que presentarse el año siguiente, y un Steve Jobs pletórico dio una de las mejores y más acertadas conferencias - en mi opinión - hablando sobre el mundo de la tecnología y su futuro.

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Todos conocemos la pasión y precisión del genio por la informática, en aquella grabación lo oímos incluso perfilar lo que hoy conocemos como iPad - un ordenador del tamaño de un libro que cualquiera pudiera comenzar a utilizar en 20 minutos - y que también por cierto nos ratifica el legado que persiste en la actual Apple. Pero para la época, lo interesante era el foco que ponía en el software. Y es importante porque por aquel entonces la conversación giraba en torno al hardware: A principios de los ochenta los avances en miniaturización y el interés creciente en las posibilidades de las máquinas nos anticipaban facetas de nuestro mundo que casi podían considerarse de ciencia ficción.

La gente necesita algo similar a una gran emisora de radio donde los consumidores puedan probar y ver el software”, sentenciaba Jobs. El mundo digital era perfecto precisamente por su naturaleza permitía esta transmisión, en aquel momento según él a través de las líneas telefónicas. “El ordenador será un medio más, pero completamente diferente, creciente y potente como no hemos visto antes ningún otro”, y sin duda tuvo toda la razón, de nuevo.

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Muchos hablan del software como el “alma” de las máquinas que todos utilizamos, cuando en realidad a mi se me antoja algo más físico y casi diría que real: es la “sangre” que recorre las venas electrónicas de nuestros dispositivos, una combinación de ejércitos de algoritmos perfectamente acompasados y pensados que hacen posible que sucedan cosas. Quienes hemos creado software alguna vez, entendemos que este inmenso proceso creativo no es sólo resultado de combinar órdenes lógicas y operaciones matemáticas: es algo que nos mejora como creadores y que crece a medida que compartimos y evolucionamos nuestra propia experiencia.

Jobs quería dar importancia al software en una época donde la conversación giraba en torno al hardware

Y Jobs quiso hacer partícipes ya no sólo a los futuros consumidores, también a la gente que ya trabajaba en Apple en el proyecto Macintosh, y que serían el futuro de la compañía. Era el comienzo de no sólo crear máquinas o programas, sino una combinación perfectamente engrasada de ellas que daría lugar al binomio acompasado de hardware + software que define a la Apple contemporánea. Pero explicar todo esto a principios de los ochenta podía ser complicado, sobre todo si ponemos a ingenieros hablando a otros ingenieros. Así que aquel loco se inventó una parodia de un antiguo programa de televisión de citas para convertirlo en metáfora, el “Macintosh Software Dating Game”:

Parecía una broma, pero consiguió sentar delante de él a tres de los CEOs de las tecnológicas más importantes del momento - y personas claves si quería que su nuevo ordenador tuviera “sangre” recorriendo sus venas. Fredd Gibbons de SPC (pionera en aplicaciones de gráficos por ordenador), Mitch Kapor, presidente de Lotus 1-2-3, y Bill Gates de Microsoft (que esperaba que en 1984 la mitad de los beneficios de la compañía fuera por software para el Macintosh). Ojo, spoiler: al final Jobs se queda con los tres como socios indispensables. El juego, no hacía nada más que comenzar, y el software cada vez iba a ser más importante: para quienes lo crean, y para quienes lo utilizan.

Las WWDC como constante

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La importancia de las conferencias de desarrolladores de Apple es que han sido la única constante que la compañía ha mantenido a lo largo de los años como cita fija. Sabe que cuidar a los desarrolladores implica que sus productos sean mejores, y han sabido convertir esa semana repleta de eventos de formación con ingenieros en auténticas fiestas que - gracias a la keynote inaugural de todos los años - capta la atención de medio mucho. Actualmente, para obtener un pase de entrada (que cuesta más de 1000$) debes pasar por una suerte de lotería que te cobrará la entrada si estás dentro de los agraciados para el sorteo. Aquí el problema es el espacio, que es limitado, y Apple quiere seguir manteniendo ese equilibrio para que asistentes y empleados de Apple puedan trabajar de forma más cercana.

La importancia de las apps: la primera WWDC que agotó las entradas fue la que mostró las herramientas de desarrollo para iPhone

Es muy significativo que la primera conferencia que agotó al completo sus entradas fue la de 2008: no es azar, en absoluto. Fue la primera vez que la compañía exponía las herramientas de desarrollo para la App Store, la tienda de aplicaciones más grande del mundo - y que catapultó (aún más) al éxito a los dispositivos iOS. El corazón de todos estos productos son sus aplicaciones, de eso se encargan los desarrolladores. Apple mantiene su parte del trato ofreciendo productos hardware potentes y con un diseño que sigue siendo objeto de deseo de la competencia, para mantener el atractivo sobre un producto redondo.

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Cook sigue manteniendo ese legado ofreciendo sistemas operativos y servicios a los que los desarrolladores cada vez tienen más acceso, completando los productos y haciendo que cobren nueva fuerza en cada nuevo lanzamiento, cada año. El rediseño de la App Store como un auténtico nuevo “escaparate virtual”, atractivo y con contenidos curados y articulados por un equipo como si de una pequeña revista digital se tratara, consigue llevar la idea incluso un poco más lejos. El ordenador como medio - sea lo que sea un ordenador hoy en día - y cada una de las WWDC un momento increíble para compartir, aprender y disfrutar como ingenieros, aficionados a la tecnología y apasionados por la marca.

Mientras termino este artículo escucho Queen - mi grupo favorito - y no puedo dejar de pensar cómo cada año Apple nos traslada al equivalente de A Night at the Opera - un momento pletórico, elegante, emocionante y cautivador - que quizás en la mente de muchos de nosotros, suena al ritmo de la maravillosa Bohemian Rhapsody.

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La noticia Una noche en la Ópera fue publicada originalmente en Applesfera por Pedro Aznar .




Fuente: Applesfera
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